En más de una ocasión, los Juegos Olímpicos han servido para explicar una época. En 1936 y con Hitler como anfitrión, los juegos de Berlín fueron la oportunidad para dejarle claro al mundo el poderío de la Alemania nazi. En México 68, la lucha por los derechos civiles en Estados Unidos se trasladó al podio de los 200 metros planos, cuando Tommie Smith y John Carlos, ambos afroamericanos, alzaron su puño enfundado en un guante negro. En Múnich 72, el conflicto entre palestinos y judíos se hizo patente en plena Villa Olímpica tras el atentado del grupo terrorista Septiembre Negro.
En el 2021, la capital nipona celebra unos Juegos Olímpicos sin público, con grandes pantallas que intentan reemplazar a los asistentes. Incluso el nombre de las justas, Tokio 2020, parece ser el amargo recordatorio de un año que no hemos logrado dejar atrás. A la par con el aumento de contagios por covid-19 en Tokio, que este jueves casi dobló la cifra de hace una semana, todos los días se incrementa el número de deportistas que deben renunciar al sueño olímpico por culpa del coronavirus. El más reciente, el atleta argentino Germán Chiaraviglio.
Si bien los deportistas de todas partes del mundo han sufrido la pandemia, su mayor duración y mortalidad en Latinoamérica ha impactado en el rendimiento de los atletas de este lado del mundo. Como explicamos en el #TenemosQueHablar de esta semana, la covid-19 vino a sumarse a la falta de apoyo económico y las deficiencias de infraestructura deportiva. Aún así, o tal vez porque siempre han debido sortear todo tipo de obstáculos para cruzar la meta, los deportistas latinoamericanos ya se han colgado varias medallas y siguen dando alegrías a sus países, los mismos que muchas veces les han dado la espalda.