Los últimos aumentos de precios en las dos economías más grandes del mundo intranquilizaron a los mercados globales, habituados desde hace décadas a bajos niveles de inflación (e incluso deflación). Pero al menos en China, un poco más de inflación no vendría mal.
En Estados Unidos, el gran aumento del gasto público durante la crisis del Covid?19 provocó temor a que haya consecuencias en los mercados financieros, y los últimos datos de precios refuerzan esa inquietud. El incremento interanual del índice de precios al consumidor (IPC) de abril fue 4,2%, lo que supone el aumento más veloz desde 2008. Además, el incremento mensual, que en marzo fue 0,6%, se aceleró a 0,8% en abril, aunque volvió a caer a 0,6% en mayo. El índice de precios al productor (IPP) también creció a 217,5 en abril (un año atrás era 185,5). El mes pasado la situación se agravó cuando el IPC llegó al 5%.
Estos datos intensifican la presión sobre la Reserva Federal de Estados Unidos para que endurezca su ultraflexible política monetaria. Aun así, su presidente Jerome Powell recalcó en abril que el banco central todavía está “muy lejos” de retirar el apoyo monetario, incluso si eso implica permitir una inflación transitoria superior al 2%. Recientemente, adelantó su calendario de subidas de tipos para los próximos años, aunque los responsables de la Fed siguen defendiendo que el repunte de la inflación es coyuntural. Esto debería calmar a los mercados, pero muchos economistas siguen convencidos de que la Fed confía demasiado en su capacidad de mantener la inflación controlada en el largo plazo.
China necesita precios más altos para impulsar el consumo, y el crecimiento
En China, el incremento interanual del IPC en abril fue 0,9%, contra 0,4% en marzo. Más asombroso aún, el aumento interanual del IPP de ese mismo mes fue 6,8%, su valor más alto desde octubre de 2017. En mayo ambos índices siguieron creciendo (y diferenciándose) con aumentos del 1,3% y del 9%, respectivamente.
Aun así, los mercados chinos se mantienen bastante tranquilos. Como a los economistas chinos les preocupa mucho más la desaceleración del crecimiento en el segundo trimestre que un aumento de la inflación, los funcionarios a cargo de las políticas fiscales y monetarias no están expuestos a grandes presiones en el sentido de endurecerlas.
Hay buenas razones para ello. Pese al 1,3% de aumento interanual del IPC en mayo, la tasa secuencial se redujo un 0,2%. El IPC subyacente, aquél que excluye los componentes más volátiles, apenas sumó un 0,9%.
El Gobierno chino estimulará un aumento del IPC, mediante políticas más expansivas
El IPP aumentó mucho más porque los fabricantes chinos se están preparando para un crecimiento de la demanda al terminar la pandemia. Esto se percibe antes en los primeros eslabones de las cadenas de suministro, donde los productores se lanzan a acumular materias primas y combustibles fósiles. Por eso los precios de los commodities (como el cobre, el carbón, el mineral de hierro y el aluminio) muestran aumentos de dos dígitos desde marzo.
Pero como la recuperación pospandemia apenas está comenzando, la demanda de productos finales (sobre todo bienes de consumo) sigue deprimida. Esto explica la creciente divergencia entre los aumentos del IPC y del IPP. Los fabricantes de bienes terminados en las etapas media y final de las cadenas de suministro no pueden trasladar los aumentos de costo de los insumos a consumidores e inversores. Además hay otros factores que pueden haber contribuido a la divergencia entre ambos índices de precios, por ejemplo el acaparamiento de microprocesadores electrónicos y la implementación de la agenda de sostenibilidad del gobierno.
Muchos economistas chinos consideran que el incremento del IPP es coyuntural, y que tal vez ya tocó su techo. Pero incluso si sigue subiendo, no habría por qué entrar en pánico, ya que el aumento reciente apenas compensa las pérdidas sufridas durante la crisis financiera global de 2008. Además, antes del último repunte, China venía de soportar varios años de deflación del IPP.
En cualquier caso, algunos economistas consideran improbable que el alza del IPP se traslade a un aumento significativo del IPC. Esto se presenta como motivo de tranquilidad, al no haber razones para temer alta inflación en China. Pero en realidad es la posibilidad que más debería preocuparnos, porque la economía china necesita un poco más de inflación.
La falta de un traslado a los precios (que mantuvo reprimido el IPC) redujo las ganancias de los fabricantes de productos finales, mientras que las industrias más primarias gozan de un marcado aumento de la rentabilidad. Esto debilita el consumo, la inversión y, en definitiva, el crecimiento económico. ¿Y para qué? China es una economía en desarrollo, con un ingreso per cápita apenas superior a los 10.000 dólares, de modo que puede tolerar un aumento de la inflación mejor que las economías desarrolladas.
Por eso, el Gobierno chino debería tratar de estimular un aumento del IPC, mediante políticas fiscales y monetarias mucho más expansivas. A diferencia de Estados Unidos, Europa y Japón, China no siguió políticas macroeconómicas expansivas durante la pandemia. En mayo, el M2 (una medida amplia de la oferta monetaria) creció un 8,3%, más que en abril, pero 2,8 puntos porcentuales menos que en mayo del año pasado. Y aunque en el nivel del Estado nacional la recaudación general aumentó un 25,5% en los primeros cuatro meses de 2021, el gasto general sólo aumentó un 3,8%.
Esta política prudencial es un factor de la desaceleración de la economía china. Las exportaciones han vuelto a ser uno de los principales motores de crecimiento, con lo que se vuelve a una pauta insostenible de la que el país estaba tratando de salir. Una expansión fiscal y monetaria ayudaría a revertir estas tendencias.
En algún momento (tras recuperar la rentabilidad de las empresas y la senda de crecimiento) la inflación se estabilizará en un nivel positivo y seguro.
Yu Yongding es Expresidente de la Sociedad China de Economía Mundial y director del Instituto de Economía y Política Mundial en la Academia China de Ciencias Sociales
Este artículo se publicó en El Economista (España) el 25 de junio de 2021