Algunos de nuestros líderes democráticos parecen estar decididos a suicidarse con las elecciones inconducentes, convocadas por la narcodictadura castrochavista para el venidero 21 de noviembre.
ALEXIS ORTIZ // EL NUEVO HERALD
Incluso un candidato, en el colmo de la entrega, llegó a plantear que “no hay que pedirle al gobierno lo que sabemos que no está dispuesto a dar”.
En verdad las elecciones, diálogos, negociaciones y entendimientos son instrumentos idóneos de la convivencia democrática. Las trifulcas políticas y el abstencionismo suelen ser peligrosos.
Pero en democracia no son válidas las verdades absolutas, el dogma de que siempre hay que ir a elecciones, no importan las circunstancias ni las condiciones. Los dogmas son propios de las religiones pero no de la política.
Entre los dispuestos a ir a elecciones están los “alacranes” financiados por la narcodictadura; los que no conciben la política sin tener un cargo (se olvidan la enseñanza del maestro Prieto Figueroa de que para ser dirigente no es obligatorio ser directivo); los que se dejan llevar por las ambiciones y confusión de los activistas de sus partidos y, lo verdaderamente lamentable, respetables voceros de nuestro mundo democrático.
El gobierno usurpador ha demostrado no estar dispuesto a negociar y llegar a acuerdos para un proceso electoral, digno, decente, confiable, con unas mínimas condiciones igualitarias. No, ellos quieren un proceso donde no tengan manera de perder y, en el supuesto negado de que pierdan, puedan desconocer el resultado electoral. Después de todo, su propósito es fingir legalidad.
El presidente legítimo Juan Guaidó, precisamente por que no somos afectos al abstencionismo, ha propuesto una negociación para lograr unos comicios justos, verificables y con supervisión internacional seria. Un proceso que incluya la elección presidencial porque la presidencia de Maduro es ilegal y el pueblo tiene que decidir quién será su presidente.