¿Alguien se acuerda del Estatuto para la Transición emitido a principios de 2019? La euforia colectiva producida por la creencia en un cambio inminente está muerta y sepultada. En cambio, el, digamos, espíritu del estatuto ha sido preservado, al menos a grandes rasgos. Lo que en términos cartesianos sí se ha degradado es el cuerpo que lo contiene. El “empaque”, que ha pasado por diferentes presentaciones. El más reciente de estos avatares es el llamado Acuerdo de Salvación Nacional.
Hablo de degradación porque, si bien la esencia sigue siendo una transición negociada con el régimen para restaurar paulatinamente la democracia y el Estado de Derecho en Venezuela, el ímpetu con el que se aspira a lograrlo evidentemente mermó. De la asertividad y audacia de los primeros meses de 2019 pasamos a algo que más bien suena a acto de fe, a un reconocimiento de que el objetivo deseado depende de la voluntad de un tercero (no en balde el lenguaje con matices religiosos, e.g. “salvación”).
A propósito, pronto se habrán cumplido dos meses desde que Juan Guaidó presentó ante la opinión pública el dichoso acuerdo. ¿Qué ha sido de la vida de la propuesta? Bueno, lo que se sabe es que el propio Guaidó, junto con sus aliados, se ha dado a la tarea de promoverlo entre los ciudadanos en pequeños eventos de calle. Aparte, una delegación encabezada por el exalcalde de Baruta Gerardo Blyde emprendió una gira internacional para igualmente mostrar a los gobiernos extranjeros aliados de la causa democrática venezolana lo que la dirigencia opositora se trae entre manos.
No seré yo quien diga que todo esto es inútil. Mantener al tanto de la situación a las democracias del mundo está bien. Sobre todo teniendo en cuenta que la pérdida de entusiasmo hacia el movimiento opositor en Venezuela ha tenido su correlato puertas afuera. Se percibe también allende nuestras fronteras algo de frustración y agotamiento, como si solo cupiera resignarse a ver si lo intentado hasta ahora termina de precipitar un cambio, sin necesidad de esfuerzos adicionales. Peor, algunos Estados acaso ya se han hecho a la idea de que la continuidad del statu quo venezolano es inevitable por muchos años y que por tanto es preferible entenderse con él para hacerlo menos indeseable, en lugar de apuntar hacia el cambio democratizador necesario. Así que instar a estos países a no pasar la página es relevante. Sobre todo al otro lado del Atlántico, donde los gobiernos europeos una vez más pudieran estar leyendo los gestos de “buena voluntad” del régimen (e.g. la renovación del CNE) con demasiada candidez. ¿Que hay que sentarse a negociar? De acuerdo, pero solo bajo condiciones que estimulen una salida real. Lo contrario sería una repetición inútil.
Pero la necesidad de mantener una agenda internacional no implica que sea suficiente. Es más, si la dirigencia opositora se limita a mover sus fichas en el exterior, estaría cometiendo el mismo error de depender en exceso de las acciones foráneas, con el consiguiente estancamiento que ha caracterizado en buena medida los últimos años.
Sigo echando de menos un plan de movilización interna. Algo en lo que los ciudadanos tengan un papel. A estas alturas debería quedar claro que la presión externa no basta.
Si no se la combina con presión interna, es improbable que al régimen le interese emprender una negociación de verdad. Claro, están los pequeños actos de calle encabezados por Guaidó a los que ya aludí. Pero el sentido de estos eventos es más informativo que activista.
Entiendo a la perfección que no es fácil desarrollar planes de movilización ciudadana en la Venezuela actual. Muchos factores conspiran contra los responsables de hacer tal cosa. Miedo absolutamente justificado a la represión, hastío por la falta de resultados de experiencias pasadas, agotamiento diario por las dificultades de apenas sobrevivir, etc. Ah, y por supuesto, el detallito de la pandemia de covid-19 como barrera a cualquier concentración masiva de personas.
Sin embargo, no olvidemos que se trata de personas que pretenden fungir como nuestros líderes. Por lo tanto, podemos esperar de ello que, pues… Nos lideren. Con acciones que nos involucren a todos. Su reto es pensar en formas creativas, de acuerdo con las circunstancias, para lograrlo.
De lo contrario, no avanzaremos, y cualquier intento nuevo de diálogo, sea en México o en Kiribati, será otro callejón sin salida. Olvídense de salvación nacional así.
Por cierto, ya que estamos hablando de estancamiento, no se sorprendan si de ahora en adelante esta columna dedica más su atención a la actualidad política internacional o a temas de filosofía política netamente abstractos. Me niego a escribir el mismo artículo sobre la congelada crisis venezolana todas las semanas. Ya saben.
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