El anuncio del primer caso confirmado por COVID-19 en la Argentina hace ya más de un año y medio cambió para siempre el día a día y la vida de todos. Los conceptos de “virus SARS-CoV-2”, enfermedad por “el nuevo coronavirus” y “pandemia” empezaron a resonar fuerte en la sociedad y a generar temor ante lo desconocido. Hoy, podemos decir que contamos con información clave: la forma en la que se transmite, quiénes son los más vulnerables y cómo podemos minimizar el riesgo de exponernos al contagio y enfermarnos gravemente por coronavirus.
Por infobae.com
Si bien todavía queda mucho por aprender, ya se sabe mucho de lo fundamental. Pese a los recelos de parte de la población por supuestos cambios de criterio en las medidas, estos realmente han sido el reflejo del inaudito avance de la ciencia. En esta nota, las cinco principales certezas científicas desmenuzadas en tiempo récord gracias al incansable trabajo de investigadores de todo el mundo.
El virus está en el aire y el mayor peligro es en interiores sin ventilación
“Al principio, hablábamos mucho de la importancia del lavado de manos y de la presencia del virus en las superficies. Ahora, sabemos que el principal modo de contagio son los aerosoles”, aseveró el doctor Lautaro de Vedia, infectólogo (MN 70640), expresidente y actual miembro de la Sociedad Argentina de Infectología (SADI).
Para Fernando Valdivia, médico veterinario, consultor en Epidemiología, Salud Pública y medicina comparada, “el virus está en el aire porque, al igual que todos los virus respiratorios, su vía de transmisión es a través de los fluidos y exudados de boca y nariz. Esto implica que su transmisión no depende del virus, sino de la dinámica del aire. Es una cuestión biofísica antes que biológica”.
“¿Qué significa esto? Que la transmisión de un virus respiratorio es imposible de contener: el SARS-COV 2 mide entre 50 y 200 nanómetros y las microgotas de un estornudo o tos (aerosol) miden entre 1 a 100 micrones. Estas microgotas (conteniendo los virus) quedan suspendidas en el aire (al igual que las gotas de agua de las nubes) y son transportadas por el viento. Entonces, si el virus fuera del cuerpo humano sobrevive unas 10 horas y sopla un viento de 10 km/hora, el virus en esa microgota puede llegar a viajar unos 100 km y aún ser capaz de infectar”, detalló el experto ante la consulta de Infobae.
Y continuó: “Este es un fenómeno ampliamente conocido. Cuando gestionamos epidemias como la de la fiebre aftosa, nos encontramos con casos en los que el virus llegó a viajar por aire y contagiar animales a más de 200 km. Esto explica por qué tanto el virus original como las cepas y variantes que le siguieron han llegado a todos los confines del mundo independientemente de los esfuerzos que se hicieron para contenerlo”.
Los barbijos sirven para frenar el contagio
Los barbijos o mascarillas se empezaron a usar desde marzo del año pasado en Occidente como una medida de protección contra el coronavirus. Una investigación publicada en The New England Journal of Medicine reveló que la mascarilla es uno de los pilares del control de la pandemia del COVID-19, y que el enmascaramiento facial universal puede ayudar a reducir la gravedad de la enfermedad y garantizar que una mayor proporción de nuevas infecciones sean asintomáticas.
En diálogo con Infobae, el doctor Amós José García Rojas, presidente de la Asociación Española de Vacunología, aseveró: “El conocimiento y la evidencia científica generada en relación a la pandemia de COVID-19 demostraron que el SARS-CoV-2 se transmite por aerosoles. Por eso es que debemos tener especial precaución en los lugares cerrados. En los exteriores, el contagio es más difícil pero si no se respeta la distancia también es posible. Desde esa perspectiva, el uso de mascarillas se convierte en un elemento clave en la prevención de la infección. Mascarillas en exteriores si la distancia física no se puede respetar y mascarillas en interiores siempre”.
Y en esto el doctor Pablo Bonvehí, médico infectólogo (MN: 62.648), jefe de la Sección Infectología y Control de Infecciones del CEMIC, coincide. “Desde los más sencillos hasta los barbijos de mayor eficacia, todos han demostrado disminuir la posibilidad no solo de transmisión de la persona que tiene el virus, sino de la adquisición de aquella que no lo tiene y utiliza la mascarilla. Algunos lo asemejan a la eficacia de una dosis de la vacuna. De hecho, en los países donde se han relajado las medidas de uso de barbijo y ante la aparición de nuevas variantes, aumentaron los contagios”, subrayó el especialista.
Sin embargo, la eficacia de las máscaras todavía está en debate. En comparación con los respiradores N95/FFP2 que tienen tasas de penetración de partículas muy bajas (alrededor de 5%), las máscaras quirúrgicas y similares exhiben tasas de penetración más altas y más variables (alrededor de 30-70%). “Este tipo de virus respiratorios son de alta contagiosidad y, como dije antes, imposibles de contener. Sin embargo, este tipo de virus, por ser de muy alta contagiosidad son de baja letalidad, y este hecho permite formular estrategias epidemiológicas específicas, que no deberían incluir precisamente el uso del barbijo”, remarcó Valdivia.
El confinamiento estricto fue efectivo
El confinamiento de 2020 en prácticamente todo el mundo fue una medida muy drástica, pero también útil para reducir la transmisión de un virus por entonces mucho más desconocido y que circulaba de forma descontrolada. “Fue una medida que tuvo un impacto claro sobre la pandemia. Curiosamente, es una medida clásica de salud pública de toda la vida. Era evidente: si nos confinábamos evitábamos los contactos y por lo tanto, los contagios”, añadió García Rojas.
“Desde el punto de vista epidemiológico, los confinamientos domiciliarios fueron muy útiles. Cuando uno no circula y está en su domicilio hay menos posibilidad de transmisión. El virus necesita de un ser humano y sus células para poder multiplicarse. Si el ser humano no tiene contacto entre sí, el virus no se transmite”, manifestó Bonvehí.
Aun así, para Valdivia, “existe evidencia científica que demuestra que no hay diferencia significativa en la tasas de morbilidad y mortalidad entre los países, independientemente del tipo de restricciones que hayan impuesto. Países con restricciones muy leves como el caso de Suecia muestran números similares a los de nuestro país, con el agravante de que los confinamientos acarrean pasivos económicos y sanitarios enormes y difíciles de cuantificar”.
“A causa de los confinamientos veremos por muchos años un incremento en la incidencia de todas las enfermedades, ya sea por la falta de controles como por el propio efecto inmunodepresor de vivir encerrado. Nuestra biología no fue diseñada para vivir encerrados, y eso se paga con un muy alto costo. Es la primera vez en la historia de la medicina que se confinó a gente sana, contra toda la evidencia y la teoría epidemiológica que indica lo contrario”, advirtió el experto.
La edad es el mayor factor de riesgo
Las tendencias en los contagios y las muertes por coronavirus por edad han sido claras desde principios de la pandemia: los adultos mayores representan un gran porcentaje de los casos y los fallecidos debido a que pertenecen a un grupo de factor de riesgo. De hecho, una investigación realizada en agosto pasado y publicada en la revista Nature, determinó que por cada 1.000 personas infectadas con el coronavirus que tienen menos de 50 años, casi ninguna morirá. Para las personas de cincuenta y sesenta años, morirán alrededor de cinco, más hombres que mujeres. Luego, el riesgo aumenta abruptamente a medida que se acumulan los años. Por cada 1.000 personas de setenta o más años que están infectadas, morirán alrededor de 116. Estas son las duras estadísticas obtenidas por algunos de los primeros estudios detallados sobre el riesgo de mortalidad por COVID-19.
Una de las características que tienen las personas adultas mayores es la de desarrollar condiciones de salud relacionadas con la edad, por ejemplo diabetes, hipertensión, la enfermedad pulmonar crónica, entre otras. Todas estas, aunque pueden presentarse a cualquier edad, se registran con más frecuencia en la población de 60 años y más.
“Como en todas las enfermedades -continuó Valdivia-, la edad y/o ciertas condiciones de enfermedades concurrentes constituyen el principal factor de riesgo. Esto es una realidad biológica dada por el hecho de que a mayor edad disminuyen las capacidades de respuesta inmunológica de defensa. Las estadísticas anuales de prevalencia de enfermedades respiratorias graves en adultos, incluyendo neumonía, son y serán siempre mayores respecto de las poblaciones más jóvenes”.
“La evidencia ha puesto de manifiesto que el factor de riesgo fundamental en relación al SARS-CoV-2 es la edad. En función de que ese es el principal factor de riesgo, se han planificado los calendarios de vacunación”, agregó García Rojas.
Las vacunas funcionan
“Las vacunas salvan cada año millones de vidas. Su función es entrenar y preparar a las defensas naturales del organismo ?el sistema inmunológico? para detectar y combatir a los virus y las bacterias seleccionados. Si el cuerpo se ve posteriormente expuesto a estos gérmenes patógenos, estará listo para destruirlos de inmediato, previniendo así la enfermedad”, explicó la Organización Mundial de la Salud (OMS) recientemente.
Y agregó: “Las vacunas son una herramienta nueva y esencial para poner fin a la COVID-19 y resulta muy alentador comprobar el número de ellas que están en desarrollo y los buenos resultados obtenidos en algunos casos. En todo el mundo, los investigadores están trabajando lo más rápido posible, colaborando e innovando para que dispongamos de las pruebas, los tratamientos y las vacunas que, en conjunto, salvarán vidas y pondrán fin a esta pandemia. Hay al menos 7 vacunas distintas [N d R: son en total 9, pero la OMS no ha aprobado todavía las vacunas chinas de Sinovac y Sinopharm] que los países han empezado a administrar en tres plataformas, concediendo prioridad en todos los casos a las personas vulnerables. Además, hay más de 200 vacunas experimentales en desarrollo, de las cuales más de 60 están en fase clínica.
Una de las voces más respetadas en el ambiente médico y que ha estado alentando la campaña de vacunación mundial contra el SARS-CoV-2 es el reconocido cardiólogo y genetista estadounidense Eric Topol, editor jefe del sitio de salud Medscape, que a través de Twitter volvió a destacar que las vacunas brindan 100% de protección contra la muerte y las hospitalizaciones por coronavirus.
“Sin lugar a dudas las vacunas funcionan porque generan inmunidad. Y sirven para dos cosas; en el plano individual, para estar mejor preparados en caso de contagio; y en el plano epidemiológico, porque una pandemia de este tipo se controla a partir de porcentajes muy altos de la población que estén inmunizados (ya sea por haber estado en contacto con el virus o por estar vacunados). Es lo que se conoce como ‘inmunidad de grupo’ o ‘inmunidad de rebaño’”, destacó Valdivia.
Y finalizó: “Cuando antes se alcancen niveles de entre el 60 y 70% de la población inmunizada, la enfermedad desaparecerá como problema epidemiológico, aunque seguramente permanezca con recurrencia anual como el resto de las enfermedades virales similares, como la gripe, también afectando mayormente a los grupos de riesgo”.
Para García Rojas, las vacunas son “el gran hito científico que ha permitido hacerle frente de manera poderosa a lo que ha sido sin duda la mayor crisis sanitaria mundial de los últimos tiempos. Han posibilitado que el impacto del virus sobre las personas vulnerables sea muchísimo menor que antes de la llegada de las mismas. Gracias a tener protegida a la población vulnerable, en estos momentos el impacto sobre la mortalidad de los mismos ha disminuido considerablemente”.
“La vacunas son la única posibilidad que tenemos de salir de esto”, concluyó De Vedia.