En enero de 2019, un tornado arrasó varios municipios de La Habana, principalmente Regla y Diez de Octubre, y dejó siete muertos, 10.000 desplazados y unas 8.000 viviendas afectadas. Además, provocó una revolución inédita en Cuba: por primera vez, la isla vio una movilización civil impulsada por los datos móviles, activados por el Gobierno solo un mes antes de ese desastre. La disponibilidad de Internet en los teléfonos móviles hizo que la solidaridad ciudadana con las familias damnificadas fuera mayor que nunca. Durante meses la gente estuvo llevando donaciones a los barrios afectados. Acostumbrado a acaparar todas las ayudas y temiendo que eso fuera interpretado como un cuestionamiento a sus capacidades para lidiar con la catástrofe, el Gobierno quiso entonces ser el intermediario entre las personas necesitadas y las que querían donar. Pero le fue imposible monopolizar la solidaridad. Así lo reseñó El País.
Los cubanos que residen dentro y fuera de Cuba comprendieron muy rápido que Internet podía ser un aliado extraordinario para conquistar algo de libertad en un contexto autoritario. A la movilización del tornado le siguió una marcha en contra del maltrato animal, en abril de 2019, y a las pocas semanas, otra en defensa de los derechos de la comunidad LGTBI, las primeras convocadas por organizaciones independientes. Pero la segunda no tuvo autorización gubernamental y fue fuertemente reprimida. Después llegaron los desafíos virales: estuvo el #Trashtag challenge, que movilizó a grupos ambientalistas para limpiar costas, ríos y bosques, y #LaColaChallenge, una convocatoria para publicar en redes sociales fotos y reportes de las multitudinarias filas para comprar alimentos, productos de aseo y otros bienes básicos. También llegó la versión cubana de los Fridays For Future, la movilización ecologista mundial de jóvenes, pero en la isla no recibieron permiso para manifestarse en espacios públicos. El problema no estaba tanto en los ideales de las convocatorias como en el hecho de que la población se organizara de manera independiente del Estado.
Los medios independientes y grupos opositores también encontraron en Internet y los teléfonos móviles un espacio para difundir sus ideas. Sin ellos no hubiera sido tan grande el impacto del Movimiento San Isidro o la viralización de la canción Patria y vida, el himno disidente difundido en febrero que daba la vuelta a un viejo lema oficialista (’Patria o Muerte’) y que irritó al régimen. El Gobierno también se dio cuenta rápido del efecto que podían tener los datos móviles. Conforme la ciudadanía ganaba fuerza con las herramientas digitales, la represión se adecuaba a las nuevas circunstancias. Con el tiempo, llegaron las multas por publicaciones en redes sociales, fundamentalmente a activistas y periodistas independientes, los bloqueos de webs, los cortes de internet y datos móviles en lugares o momentos críticos y hasta la persecución y las detenciones. El 11 de julio, varias de las figuras disidentes más conocidas se encontraban desde hacía varios días sin acceso a datos móviles y con vigilancia policial a las puertas de sus viviendas para impedir su salida.
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