“Hugo Rafael Chávez Frías fundó el nuevo feminismo del mundo para el Siglo XXI”, dijo este martes por la tarde Nicolás Maduro sin temor a que alguna de quienes lo escuchaban lo contradijera. Por citar algunos casos, en América Latina durante los años relucientes del chavismo fueron presidentas Michelle Bachelet, Cristina Kirchner y Dilma Rousseff. “El feminismo no era un tema” en el continente, exageró, invisibilizando el papel que para ese movimiento significaron esas tres poderosas mujeres.
Por Laureano Pérez Izquierdo / infobae.com
Esa conclusión tan falsa como extravagante -que expuso ante una audiencia femenina- es una de las tantas que regala a diario Maduro, alguien para quien encima los derechos de género o de las minorías no representan un tema de Estado: en las últimas 48 horas tres miembros de la comunidad LGTBQ+ venezolana fueron asesinados brutalmente en Caracas. El discurso del patrón de Miraflores se lleva pésimo con la realidad. Algo similar ocurre con el relato oficial sobre la lucha contra el coronavirus.
Es entendible que el caraqueño intente borrar a Bachelet de la historia feminista reciente de la región. La chilena es una de las principales fiscales internacionales que audita cada una de las violaciones a los derechos humanos en tierra bolivariana. Sus informes fueron lapidarios con la conducta del dictador y de sus subalternos más militarizados: el Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional (Sebin), la Policía Nacional Bolivariana (PNB) y los colectivos chavistas, grupos paraestatales que persiguen a vecinos descontentos en todos los rincones del país.
Llamativo es el olvido que hizo Maduro sobre Cristina Kirchner. Además de ser una figura de relieve en el campo del feminismo contemporáneo, la ex jefa de Estado mantuvo siempre una buena relación con Venezuela. Su antiguo y excelente vínculo con Hugo Chávez se acrecentó aún más tras la muerte de Néstor Kirchner, el 27 de octubre de 2010. La actual vicepresidenta siempre fue una agradecida del respaldo que recibió del creador del Socialismo del Siglo XXI.
Cuando fue el bolivariano quien murió -el 5 de marzo de 2013- la entonces mandataria argentina se mostró conmovida. Voló de inmediato a Caracas para rendir homenaje y acompañar el masivo último adiós al “referente feminista” junto a otras figuras de aquellos tiempos de esplendor del populismo latinoamericano: a su lado puede verse junto a Evo Morales, José “Pepe” Mujica y su esposa, la senadora Lucía Topolansky. En la foto, detrás, se lo observa a Maduro vestido con una estridente chaqueta tricolor.
Cristina Kirchner, Evo Morales, José Mujica y Lucía Topolansky, durante los funerales a Hugo Chávez en marzo de 2013. Detrás, en con una chaqueta con los colores de Venezuela, Nicolás Maduro (Palacio de Miraflores)
En un laberinto en el que se entrelazan muchos senderos -desastre económico, humanitario, sanitario, fronterizo, migratorio- y donde el tiempo corre demasiado agitado, Maduro debería estar más atento a sus dichos y cada tanto ser consecuente con la historia. Argentina podría ser clave para enderezar un proceso eleccionario y democrático que es visto con cierto grado de esperanza en diferentes y antagónicos sectores políticos venezolanos. Tanto miembros del chavismo como de la perseguida oposición creen que las conversaciones que se dan en el marco del Grupo Internacional de Contacto (ICG, por sus siglas en inglés) podrían derivar en un resultado favorable. Muchos la consideran la última carta antes de la fractura absoluta del Estado.
La posición del gobierno del presidente Alberto Fernández parece haber resucitado en esa instancia internacional. Hace unos días un comunicado conjunto de esa institución -que tiene a Noruega como principal interlocutor- volvió a nombrar al país austral como parte activa de las conversaciones. Hacía tiempo que eso no ocurría. La inclusión llamó la atención de algunos analistas atentos. “Los altos funcionarios intercambiaron puntos de vista sobre las próximas elecciones regionales y locales, así como sobre las condiciones y potencialidades de negociación entre las autoridades venezolanas y la oposición sobre el futuro del país”, decía el breve comunicado que llevaba la firma de catorce países y la Unión Europea. Un híbrido diplomático para leer entrelíneas.
Pese al desencanto con que se recibió en Washington la negativa del gobierno de Fernández de condenar ante la Organización de Estados Americanos (OEA) las violaciones a los derechos humanos en Nicaragua, en el resto de los países que componen el ICG confían en que esta vez desde la Casa Rosada no hablarán más de una supuesta “estrategia geopolítica” de alto nivel -como prometieron para frenar a Daniel Ortega- sino que ahora los delegados argentinos se sentarán a convencer a Maduro para que participe de un proceso transparente -con detalles aún no explicitados- que permita retomar el camino de la democracia en Venezuela. Será cuestión de esperar.
Una negociación con interlocutores capacitados por parte de la Argentina permitiría una salida del régimen civilizada, diplomática y acordada, siempre con representantes de la oposición sentados en esa misma mesa de diálogo. Sin presos políticos. De profundizarse este camino, en el Palacio de Miraflores no podrían pronunciar las extenuadas excusas con que parte de la dictadura intenta entorpecer cualquier solución, entre las que se repiten: ustedes son enviados del imperio yanqui o son parte del neoconservadurismo liberal.
Sin embargo, tras el voto que blanqueó a Ortega -entre otros traspiés internacionales- el gobierno argentino no atraviesa su mejor momento con la Casa Blanca. Lejos está entonces de presentarse como un “delegado yanqui”. Cuenta, eso sí, con la oportunidad histórica de ser quien jugó la carta que libró a Venezuela de la interminable crisis que padece su pueblo. Y que le hizo el favor a Maduro de sacarlo de su serpenteante e infinito laberinto.