Permítanme narrar una vivencia personal. Hace casi 65 años nací en un barrio obrero de Glasgow, Escocia. Cerca de ahí había una mina de carbón, una fábrica de acero, otras industrias pesadas, ahí pasaba el ferrocarril. El carbón se usaba en todas esas actividades, también para calentar las viviendas. En los días más críticos, la contaminación atmosférica era tan espesa que uno no veía objetos a tres metros de distancia.
En 1964, esto cambió casi de la noche a la mañana. El gas natural de repente fue instalado en todos los hogares y en las fábricas locales. Casi simultáneamente, los trenes se electrificaron. En menos de dos años, la calidad del aire y de vida mejoró totalmente. Aún faltaba quitarle el plomo a las gasolinas en años subsecuentes.
Hoy día, en México, un gobierno “transformador” ha apostado al petróleo, a refinerías, a frenar las inversiones privadas en energías limpias. Los defensores de esa política, con pésima o nula asesoría, dicen que el petróleo predominará aún durante décadas. No se imaginan un probable vuelco súbito hacia nuevas soluciones energéticas.
Es aleccionador ver el análisis que hace McKinsey & Co. –la misma consultoría que durante décadas fue el principal asesor de Petróleos Mexicanos–. Señala que los automóviles medianos y pequeños, camiones, vans y minibuses, así como trenes, son candidatos para usar hidrógeno en una inminente oleada de aplicaciones en el transporte que se dará masivamente antes de 2030.
“La gran intensidad de interés en el hidrógeno a nivel global avala esa apreciación”, dice McKinsey. En paralelo, se dispara el uso de autos eléctricos e híbridos. El 27 por ciento de los autos en Europa Occidental ya son híbridos o eléctricos. El número crece rápidamente y también empieza a despegar en México en los últimos meses. Es improbable que en 2030 alguna armadora fabrique autos a gasolina.
Casi a diario hay noticias que apoyan esa tesis. Estados Unidos acaba de elaborar su hoja de ruta para una economía a base de hidrógeno. Chile anunció su primera planta productora e inyectará hidrógeno a redes de gas. Los primeros taxis a base de hidrógeno entrarán en servicio en Madrid, España, en 2022. Glasgow –ciudad que en breve será sede de la COP26, foro global contra el cambio climático–, ya cuenta con su primera flota piloto de autobuses a hidrógeno.
Hoy día, Escocia cuenta con una estrategia energética de vanguardia basada en la sustentabilidad. Genera casi toda su electricidad con fuentes limpias y proyecta lograr emisiones net cero en el 2045. Así, en unos 20 años más, terminará su ciclo de transición energética de pasar de 100 por ciento energía fósil a 100 por ciento energía limpia, es decir, logrará la descarbonización completa de su matriz energética.
México, como todas las naciones, debe pasar por ese mismo ciclo de transición. Oponerse a ella y, en cambio, construir una refinería gigante que no será rentable ni competitiva, no es “fantástico”, como dice nuestra máxima autoridad en energía. Es penoso, un error histórico, es contrario a la lógica económica, a la innovación y al uso apropiado de recursos públicos, es negarse a reconocer y asumir los retos del presente y del futuro. No es patriotismo, es lo contrario.
Está clara la ruta a seguir. La transición energética va, merece ser apoyada por todos, no sólo por razones de supervivencia, sino también porque ofrece esperanza a millones de mexicanos atrapados en una creciente espiral de tristeza, pobreza y atraso, propiciada por un gobierno dispuesto a arriesgar el futuro económico del país al atar las finanzas públicas al lento, inevitable ocaso de Pemex.
Consultor de la industria energética. Su e-mail: [email protected]
Este artículo fue publicado en Energia a Debate el 14 de septiembre de 2021