Las comunidades siempre guardan historias de familias con más de 25 años asistiendo una bodega, pero el esfuerzo es mayor cuando sienten que tambalea este patrimonio y se viene limitando a la venta de algunos víveres junto a chucherías. Un sacrificio que ya no permite comprar mercancía en el mercado mayorista de Barquisimeto (Mercabar) sino adquirir menos bultos de productos, buscando mejores precios en establecimientos del centro de la ciudad.
Son testimonios que tienen en común las dificultades para trasladarse hacia el mayorista, porque ya no cuentan con carro particular y alquilar flete implica más gastos que inciden en el precio del producto y es un riesgo de vender a pérdida. Además que el consumo se viene limitando generalmente a harinas, pasta, arroz, panes, huevos, queso, mortadela y chucherías. Una razón que les obliga a disminuir la compra en mayor, para centrarse en los más demandados.
La carrera 4 de San José, al oeste de la ciudad, cuenta con varias bodegas, entre las que se encuentra la atendida por Orlando Serrano y que a más de 20 años abierta, tuvo que disponer del espacio para ubicar un autolavado. Las ganancias mermaron, y tuvieron que sacar varios estantes, al no conseguir como llenarlos de mercancía. Pero ni siquiera con estas dos opciones, han podido recuperar los ingresos que percibían antes de tanta inflación y baja en el consumo.
“Acá llegó a funcionar un Mercal, incluso vendiendo pollo y carne. Pero hoy trato de incluir un poco de víveres“, dice mientras señala las harinas, chucherías y refrescos como los más vendidos. También le afectó que a pocos metros, está un abasto y con más posibilidades de ofrecer mejores precios.
Ricardo Rivero cuenta que creció en la bodega con más de 60 años en La Antena y durante la crisis de escasez estuvo a punto de cerrar sus puertas. “Estaba casi quebrada, al punto que apenas podía comprar medio bulto de harinas“, admite y confiesa que debió ingeniársela al quitar un préstamo, luego le incorporó puntos de venta para más facilidad de pago.
La formalidad de su negocio implica el pago de impuestos y se queja de un gasto mensual que ronda los Bs. 1.600, pero las instancias gubernamentales ignoran la capacidad de ventas. “Es todo un sacrificio“, exclama y así lo ratifica Omar Silva a 35 años de puertas abiertas en el barrio El Carmen, cuya venta en charcutería se limita a queso, mortadela y suero, porque el jamón arepero, es de poca salida.