“Id por todo el mundo y anunciad el Evangelio” fue el mandato de Jesucristo a sus apóstoles. Pero Corea del Norte, Somalia, Arabia Saudí, Yemen o Eritrea son ejemplos de países en los que es prácticamente imposible para los cristianos vivir y difundir su fe. Incluso hay lugares, como Afganistán, en los que, desde la salida de los últimos occidentales, el número de cristianos es, oficialmente, cero.
Por El Confidencial
Hace unos días, el padre Giovanni Scalese fue el último sacerdote en salir de Afganistán. Le acompañaban 14 niños discapacitados, las cinco monjas misioneras de la Caridad de la Madre Teresa de Calcuta que los cuidaban y dos religiosas que trabajaban para la ONG Pro Bambini di Kabul. “No me habría ido sin ellas”, afirma con contundencia a El Confidencial el padre Scalese, que ahora se encuentra “recuperando fuerzas” en Roma y dispuesto a retornar a Kabul “si se dan las condiciones mínimas y la Santa Sede lo decide”.
El sacerdote revive la complejidad de los últimos momentos en el país hasta que pudieron llegar al aeropuerto de Kabul. “Estaba especialmente preocupado por las monjas de la Caridad y los niños que cuidaban, que seguían viviendo en sus casas, expuestos al peligro y asustados”.
Eran la última presencia católica en el país. Scalese estaba al frente de la misión ‘sui uiris’ —una fórmula de presencia de la Iglesia católica en los territorios en los que no ha penetrado oficialmente— pactada en 1921 por el papa Pío XI con las autoridades locales y que permitía la presencia de una pequeña capilla católica dentro de la Embajada italiana, destinada a la atención espiritual de los fieles católicos. Desde entonces, ha sido la única iglesia de Kabul. “Tras nuestra salida permanece cerrada”, señala el sacerdote, que desconoce en qué condiciones puede encontrar el templo tras el control talibán de la ciudad.
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